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lunes, 9 de mayo de 2011

Más Ausencia.

Me siento absurda cuando abrazo el hueco de la ausencia indiferente y de la indiferencia presente. Por más vueltas que le doy me faltan razones y me sobran silencios y heridas que ya son cicatrices que el tiempo es incapaz de llenar y de borrar. Son silencios vacíos y heridas invisibles. Son mis fantasmas danzando a mi alrededor, y aparecen cuando no los invito, cuando no los espero y cuando no los quiero. Me siento absurda al soñar aquel abrazo primero robado con alevosía y después negado sin  premeditación, un abrazo tan imposible y tan lejano que en el propio sueño me digo a mí misma que estoy soñando, y me aviso y me advierto para no llevarme un desengaño. Cuando un abrazo se niega o se rompe, la piel queda marcada para siempre con hielo, y la voz se quiebra, igual que el pensamiento se nubla, los ojos se inundan, el pecho se encoge y el cuerpo paralizado busca cobijo para protegerse de tanta inclemencia. La incondicionalidad no es un oficio, de la misma forma que la vulnerabilidad no es una oportunidad. Cuando uno mismo se impone distancia, nada es posible porque los mensajes y los sentimientos se quedan perdidos hasta morir en esa zona intermedia donde nada tiene sentido, porque no existe la luz, ni el aire. Cuando la distancia es impuesta, es uno quien se pierde y empieza a morir en esa zona intermedia, sin palabras y sabiendo que es imposible llegar. Y sola, sólo con la fiel compañía del pánico. Ojalá fuera un sueño tanta pesadilla, tanto vacío en el estómago por la ausencia, por la distancia infinita que impone, y tanto hueco en el pecho por el vértigo abismal que siento al no haber fondo.

© Mª Ángeles Sánchez Román, 6/10/10

Cuando uno muere de silencio, es porque nadie lo escucha.

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