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lunes, 9 de mayo de 2011

Barcelona y Yo.

Hoy la lluvia me ha despertado desnuda en Barcelona, y recorre los cristales de la ventana del hotel. Y me invita a mirarla, tímida y húmeda, gris y limpia, definiendo su contorno majestuoso en un horizonte de luces, torres altas y diminutos tesoros que surcan un cielo inmenso de tonos violeta. No es tristeza, es emoción y al mismo tiempo la necesidad de volver a mí, de reencontrarme con esa parte de mí que se quedó aquí para siempre y me llama, me sugiere y me acaricia. La ciudad seductora me despierta en mitad de la noche para contemplarla cómo amanece y se abre al mundo, y se va iluminando de todos los colores posibles, y me empieza a susurrar todos los sonidos. Me asomo a un pequeño balcón de piedra antiguo, tan alto como lleno de recuerdos y siento el reflejo de las primeras luces de una ciudad que estrena otro día y me lo ha venido a regalar, y me lo ofrece en privado, exclusivo para mí, como si sólo yo lo contemplara. Barcelona desnuda por dentro y cubierta de día otoñal,  vestida de octubre. El aire es frío y me despeja cualquier atisbo de duda. La circulación es fluida y los latidos son relajados pero intensos al sentir el roce de los brazos de una ciudad que me abriga y se entrega a mí. La cama enorme y llena de un edredón blanco es el mejor altar desde donde contemplarla, con el balcón abierto, el aire silba y roza mi cara. A través de los cristales se dibuja su silueta llena de momentos únicos, de lugares mágicos, de instantes inolvidables, de gentes imprescindibles, y se guarda como el mejor regalo siempre intacto y especial. Siempre necesaria y vital, me sobran razones y motivos para ser su deseado huésped.



© Mª Ángeles Sánchez Román, 31/10/10



Amante y Amada Barcelona.
(Foto de mi amiga Clara Pérez).

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